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Viajando en Conferry en clase perros
Posted by Mairim Gómez Cañas
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viernes, octubre 23, 2009
Como comenté en días pasados, hace poco estuve en Margarita. Un reencuentro con la Venezuela que todos queremos y que olvidamos quienes tenemos que padecer Caracas a diario. Pero en esta oportunidad no voy a hablar de las bellezas de la isla, sino de un karma que seguramente criollos y más de un foráneo hemos sufrido para llegar a ella: Conferry.
Para hacer el cuento corto: Decidí viajar con mi perro, pues no podía dejarlo solo. Revisé los detalles del transporte de mascotas en el sitio web de Conferry, pregunté en el centro telefónico y al comprar los pasajes en la oficina de Caracas y detallazo: todos respondían ALGO DISTINTO.
Tras la búsqueda infructuosa de una versión homogénea, opté por viajar en el ferry expreso por ser los que están en mejores condiciones y por tener “un área reservada en la parte SUPERIOR de la proa, acondicionada con jaulas para trasladar a las mascotas” a donde “los pasajeros tienen acceso durante toda la travesía”. Incluso, dicen, los perros de razas muy grandes, por no poder entrar en las jaulas, deben viajar con sus dueños en esta zona “especial”. Por supuesto que los animales tienen que pagar su pasaje: 64 BsF. ida y vuelta.
Salgo de mi casa el 6 de octubre temprano en la mañana y llego a Puerto La Cruz tras cinco horas de sortear TRONERAS en toda la vía (me imagino que además de luz y agua, ahora estamos economizando el asfalto de mala calidad que colocan para que cada seis meses haya que contratar de nuevo alguna empresa “equis” para que repavimente y se meta un realero tanto el dueño como el que contrata). Al empezar a hacer la cola para montarme en el barco y acercarse un empleado a revisarme los boletos, pregunto una vez más lo de las mascotas esperando que esta versión coincida con alguna de las tres anteriores y fue apoteósico: el hombre en cuestión fingió sordera. Dos veces preguntamos y él ni siquiera dijo “no sé” o un displicente “no es mi peo”. Simplemente dejó los ojos clavados en los boletos y los devolvió sin ni siquiera mirarnos.
Unas promotoras del difunto Hilton que estaban ahí ofreciendo planes nos dijeron que los perros se entregaban al entrar al ferry a un empleado que LOS SEDABA, los llevaba a las jaulas y luego los entregaban al bajar. Por supuesto que ante esa respuesta, salí disparada a las oficinas en Puerto La Cruz para exigir información y resulta que solo era venta de boletos y NO SABÍAN NADA.
La cola para subir comienza a andar y yo ya arrecha (sorry, pero no me cabe otra palabra) me dispongo a dejar el carro y ver qué iba a pasar finalmente con mi perro. Me mandan entonces a un hueco en la proa, a nivel de donde están los carros, con jaulas sucias para que deje mi mascota. En el sitio estaban las amarras de las anclas, unos extractores de humo y por supuesto que un ruido infernal que si para mí era insoportable, ya me imagino para un perro. No pienso dejar a Ches solo ahí. El pobre apenas entró comenzó a temblar. Si el va ahí, pues yo con él (tremendo pasaje VIP que compré, pues). Otras tres personas conmigo están en misma situación, entre ellas una señora que tenía una pastor alemán que ni que se plegara en cuatro cabía en la jaula más grande y le insistían en que sí, ¡¡solo que no se podría echar!! y los dueños de un poodle minitoy que sufre ataques de epilepsia. El resto (unos cuatro más) sí dejó sus animales ahí con cierto dolor, pero con resignación. Algunos inclusive asegurando que había una persona que se encargaba de vigilarlos (¡¡JA!!).
Llegado el momento de partir, una mujer me dice que no puedo quedarme allí porque en ese sitio no están permitidas las personas, así que debo dejar mi mascota y no regresar hasta el final del viaje. ¿Mienten con el área, someten a los perros a ese ruido y humo, quién sabe si tendrán luz una vez sale el barco y se hace de noche y encima no dejan que uno los vaya a ver durante el trayecto? O sea, si no es bueno para mí, ¡tampoco lo es para un perro ese pseudo depósito! Pues dije que no, que ahí no lo dejaba, a menos que me quedara con él. Me sugirieron con bastante grosería que tenía la opción de permanecer en tierra si no me gustaba la cosa y ya, ahí sí me reventó la ira. Indepabis, Aproa y casi hasta la madre les saqué. Llamaron entonces a un supervisor o lo que sea que accedió dejarme a mí y a las otras tres personas con los animales en las escaleras que llevan a primera clase. El regreso fue un episodio similar, aunque menos grosero, con llamada a supervisor incluida. Lástima que por el rollo no se me ocurrió sacar una foto del sitio tan especialmente acondicionado con el celular.
Ya en las escaleras, mis acompañantes llegaron a bromear con la situación diciéndoles muertos de la risa a los empleados que pasaban por ahí y nos veían con el trasero adolorido de estar en esas escaleras sucias que estábamos como en primera clase. La verdad no sé qué me revienta más, si el engaño de Conferry o esa manía del venezolano de no quejarse, dejarse clavar lo malo y ENCIMA sacarle chiste. Puro conformismo. ¡Por eso estamos como estamos!
Total que así fue mi viaje y el de mi perro: como una polizona arrastrada en unas escaleras. Por supuesto que no me reembolsaron el dinero de pasaje VIP, pero lo que soy yo, no me quedo sin denunciarlo.
Para hacer el cuento corto: Decidí viajar con mi perro, pues no podía dejarlo solo. Revisé los detalles del transporte de mascotas en el sitio web de Conferry, pregunté en el centro telefónico y al comprar los pasajes en la oficina de Caracas y detallazo: todos respondían ALGO DISTINTO.
Tras la búsqueda infructuosa de una versión homogénea, opté por viajar en el ferry expreso por ser los que están en mejores condiciones y por tener “un área reservada en la parte SUPERIOR de la proa, acondicionada con jaulas para trasladar a las mascotas” a donde “los pasajeros tienen acceso durante toda la travesía”. Incluso, dicen, los perros de razas muy grandes, por no poder entrar en las jaulas, deben viajar con sus dueños en esta zona “especial”. Por supuesto que los animales tienen que pagar su pasaje: 64 BsF. ida y vuelta.
Salgo de mi casa el 6 de octubre temprano en la mañana y llego a Puerto La Cruz tras cinco horas de sortear TRONERAS en toda la vía (me imagino que además de luz y agua, ahora estamos economizando el asfalto de mala calidad que colocan para que cada seis meses haya que contratar de nuevo alguna empresa “equis” para que repavimente y se meta un realero tanto el dueño como el que contrata). Al empezar a hacer la cola para montarme en el barco y acercarse un empleado a revisarme los boletos, pregunto una vez más lo de las mascotas esperando que esta versión coincida con alguna de las tres anteriores y fue apoteósico: el hombre en cuestión fingió sordera. Dos veces preguntamos y él ni siquiera dijo “no sé” o un displicente “no es mi peo”. Simplemente dejó los ojos clavados en los boletos y los devolvió sin ni siquiera mirarnos.
Unas promotoras del difunto Hilton que estaban ahí ofreciendo planes nos dijeron que los perros se entregaban al entrar al ferry a un empleado que LOS SEDABA, los llevaba a las jaulas y luego los entregaban al bajar. Por supuesto que ante esa respuesta, salí disparada a las oficinas en Puerto La Cruz para exigir información y resulta que solo era venta de boletos y NO SABÍAN NADA.
La cola para subir comienza a andar y yo ya arrecha (sorry, pero no me cabe otra palabra) me dispongo a dejar el carro y ver qué iba a pasar finalmente con mi perro. Me mandan entonces a un hueco en la proa, a nivel de donde están los carros, con jaulas sucias para que deje mi mascota. En el sitio estaban las amarras de las anclas, unos extractores de humo y por supuesto que un ruido infernal que si para mí era insoportable, ya me imagino para un perro. No pienso dejar a Ches solo ahí. El pobre apenas entró comenzó a temblar. Si el va ahí, pues yo con él (tremendo pasaje VIP que compré, pues). Otras tres personas conmigo están en misma situación, entre ellas una señora que tenía una pastor alemán que ni que se plegara en cuatro cabía en la jaula más grande y le insistían en que sí, ¡¡solo que no se podría echar!! y los dueños de un poodle minitoy que sufre ataques de epilepsia. El resto (unos cuatro más) sí dejó sus animales ahí con cierto dolor, pero con resignación. Algunos inclusive asegurando que había una persona que se encargaba de vigilarlos (¡¡JA!!).
Llegado el momento de partir, una mujer me dice que no puedo quedarme allí porque en ese sitio no están permitidas las personas, así que debo dejar mi mascota y no regresar hasta el final del viaje. ¿Mienten con el área, someten a los perros a ese ruido y humo, quién sabe si tendrán luz una vez sale el barco y se hace de noche y encima no dejan que uno los vaya a ver durante el trayecto? O sea, si no es bueno para mí, ¡tampoco lo es para un perro ese pseudo depósito! Pues dije que no, que ahí no lo dejaba, a menos que me quedara con él. Me sugirieron con bastante grosería que tenía la opción de permanecer en tierra si no me gustaba la cosa y ya, ahí sí me reventó la ira. Indepabis, Aproa y casi hasta la madre les saqué. Llamaron entonces a un supervisor o lo que sea que accedió dejarme a mí y a las otras tres personas con los animales en las escaleras que llevan a primera clase. El regreso fue un episodio similar, aunque menos grosero, con llamada a supervisor incluida. Lástima que por el rollo no se me ocurrió sacar una foto del sitio tan especialmente acondicionado con el celular.
Ya en las escaleras, mis acompañantes llegaron a bromear con la situación diciéndoles muertos de la risa a los empleados que pasaban por ahí y nos veían con el trasero adolorido de estar en esas escaleras sucias que estábamos como en primera clase. La verdad no sé qué me revienta más, si el engaño de Conferry o esa manía del venezolano de no quejarse, dejarse clavar lo malo y ENCIMA sacarle chiste. Puro conformismo. ¡Por eso estamos como estamos!
Total que así fue mi viaje y el de mi perro: como una polizona arrastrada en unas escaleras. Por supuesto que no me reembolsaron el dinero de pasaje VIP, pero lo que soy yo, no me quedo sin denunciarlo.